En este país no suelen ocurrir estas cosas. No es habitual que los presidentes de gobierno y los líderes de la oposición rubriquen grandes acuerdos en materia presupuestaria. En Cataluña ha ocurrido y ello ha de ser motivo de satisfacción y orgullo.
A los ciudadanos nos agrada que, de cuando en cuando, los políticos bajen del pedestal de las verdades reveladas y pacten con sus competidores. En el fondo unos y otros, derechas e izquierdas, presumen de anteponer los intereses de los ciudadanos a los de sus respectivos partidos.
Mediante el diálogo, y sin renunciar a sus ideas, Pere Aragonès y Salvador Illa han sacado la política catalana del barbecho en que la sumió el procés. Ahora toca pasar a la acción y sembrar bienestar.
Al Govern le toca gobernar y a la oposición fiscalizar, explicar su alternativa y exigir el cumplimiento de lo laboriosamente acordado. Así debe ser el funcionamiento de una democracia sana.
Aparecerán en la escena política catalana los habituales agoreros a los que todo les parece mal; nos hablarán de traiciones, intereses ocultos y renuncias.
Caso omiso a los quisquillosos incapaces de construir puentes en busca de salidas. Para avanzar es imprescindible dialogar y pactar. ¿Con quien? Con quien haga falta si la resultante es buena.
El escritor y dramaturgo brasileño, Paulo Coelho, nos cuenta en uno de sus mejores libros que «las apuestas y los pactos se hacen con los ángeles. O con los demonios». Cataluña ya tiene presupuestos para el 2023 y eso es angelical.