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Me he desplazado unos días a Miami con todas las precauciones que identificaban la ciudad entre la opulencia y la horterada. Me alertaron de las patinadoras y los hombres fornidos. De la turbamulta inmigrante. De la violencia nocturna y de los locales de stripers. De las armas. Y de la involución cultural o conceptual que representa el oscurantismo de Ron de Santis, gobernador de La Florida y aspirante republicano a la Casa Blanca con su modelo patriotero confesional a la sombra del trumpismo.
Y no es que pueda llegarse a conclusiones desproporcionadas con una excursión semanal, pero la experiencia ha sobrepasado las mejores expectativas. Podría vivir en Miami, quiero decir. Por la bonanza del clima. Por el mestizaje hispano-español. Porque me gusta la franquicia baloncestística de los Heat. Por el sabor de la Calle Ocho en la pequeña Habana. Porque el nuevo urbanismo enfatiza los espacios verdes y la arquitectura de vanguardia. Y porque me parece que Ocean Drive es una de las avenidas más hermosas del mundo en la exuberancia del art decó.
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